PRE-TEXTOS

Queríamos hacer un minidiccionario en torno a la obra de José Lezama Lima.
En este blog están esos primeros intentos, más refinados en el plano textual que en el visual...
Una excusa para volver a empezar...

*** A ***





AGUA 
 

Desde Hesíodo hasta José Emilio Pacheco, la poesía se ha concedido la posibilidad de elevar al ser hasta la sabiduría. La obra literaria de Lezama Lima no escapa a este destino. Abordar toda la obra poética desde un pequeño y limitado concepto como el agua sería un intento inútil. La poesía desborda la capacidad del concepto, por eso, me voy  a centrar en un poema específico y tres libros. Muerte de Narciso, poema de 1937, Enemigo rumor de 1941, La fijeza de 1949 y Dador de 1960. No todos los poemas abarcan la dimensión que pretende el concepto, sólo están aquellos en los cuales el agua es motivo principal, fundante, del poema.

La aventura por el agua en todas sus formas comienza en Lezama con el Narciso. Por todas sus formas, me refiero a los tres estados básicos del agua: lo líquido, lo sólido, lo gaseoso. En Narciso, desde el comienzo, el agua como un río-espejo es la que funda la imago, esa imagen henchida de potencias que abren la visión hacia todas las corrientes de la realidad, de Narciso sobre él mismo. El agua es la que hace ver, en su claridad o en su reflejo, su presencia es la que vislumbra la imagen; Narciso puede verse en el agua: “El río en la suma de sus ojos anunciaba/ lo que pesa la luna en sus espaldas y el aliento que en halo convertía” (pág.4). Después del nombramiento líquido del agua, a medida que avanza el poema, la ruptura con ese espejo se irá dando y transformándose en la distorsión deliberada de la imagen. La distorsión, en este sentido, no nubla la visión, mejor, la dota de nuevas miradas, se dan nuevas perspectivas; la visión es corrompida para enriquecerse. El agua, una vez más, es la que hace ocurrir este paisaje desconocido y terrible al que se ve enfrentado el Narciso lezamiano; el encuentro con la petrificación del conocimiento, el enamoramiento de uno mismo, la soledad; la solidez del agua rompe su caudal armonioso por el que la contemplación es grata, vemos y conocemos desde todos los puntos,” así el granizo/ en blando espejo destroza la mirada que le ciñe” (pág. 4). Entonces, la claridad es completa y en el agua nos contemplamos desde los grados más bajos hasta los más altos, pasando como por una acuarela en la que los colores se diluyen unos en otros. Narciso conoce y viaja hasta la muerte: “Pez del frío verde en el espejo sin estrías” (pág. 6), y al final, “en pleamar fugó sin alas”.

En Enemigo rumor el lenguaje estará emparentado con el agua. En un encuentro fascinante, el hombre que habita rodeado y vitalmente atado al agua, y el hombre que habita en el lenguaje para hacer aparecer el mundo, se encuentran para habitar en un “agua discursiva”. En San Juan de Patmos ante la puerta latina el santo se enfrenta a una Roma embadurnada de aceite, “el aceite que mastica las verdades” (pág. 12), la densidad de este aceite, cobertura de verdad, es contrastada con la ligereza del agua. La verdad no pesa en el agua ni en el lenguaje, por eso, el agua es la que trae, acerca, conversa, y genera amistad. San Juan convierte la pesadez del aceite en agua que alivian su tormento infernal, es el rumor del cielo, “El agua se ha convertido en un rumor bienaventurado” (pág. 12). Un nuevo aspecto le da Noche insular: jardines invisibles, en este poema el agua es concretamente un mar extraño, en él se congregan criaturas celestes como marinas, por eso, sus extremidades se van a prolongar en lo celeste. El mar necesita reproducirse, subir como un rumor al cielo, “El agua con sus piernas escuetas/ piensa entre rocas sencillas/ y se abraza con el humo siniestro/ que crece sin sonido” (pág. 16). Entonces, el mar se envuelve de luz para poder dar a lo invisible la claridad necesaria, las criaturas, los sentidos.
La palabra, la corriente discontinua, esta fijada, es este caso, en el mar que es tanto la lejanía de los seres como la proximidad de las sensaciones, lo que desconocemos así como la fuerza vital que nos provee de existencia. El misterio es el que reina, pero en este discurrir por el agua podemos vislumbrar, como en una epifanía caótica pero sustancial; comprendemos los sentidos, como Narciso viendo la imago, en la relación entre lo natural y lo sobrenatural. Ya lo mencionaba Arcos en su ensayo sobre la poesía de Lezama; “el misterio de las aguas”.

En Pensamientos en la Habana que está en La fijeza, nos encontramos otra vez con la solidificación del agua. El hielo es expresamente la materia de la reminiscencia a la que tanto recurría Lezama. La solidificación, primero, por condensación como granizo y ahora como hielo inmóvil es la cualidad reminiscente porque retiene, pero no estratifica ni detiene, los movimientos anteriores del agua. La reminiscencia hace inmóvil la vida porque contiene todos los momentos, los atrapa, sin embargo, los deja continuar, suceder, reproducirse infinitamente. El hielo es su forma preferida porque retiene pero deja fluir y es solamente un tránsito dentro del ciclo acuático. La reminiscencia es esa música que siempre nos acompaña y nos deja desenvolvernos, es el recuerdo de recuerdos, el retorno a la solidez del pasado vivo, por eso, “una tierra donde el hielo es una reminiscencia” (pág. 26).

El último poema que puede sostener este pequeño concepto es Para llegar a la Montego Bay que aparece en Dador. Acá retomamos la concepción del agua como hermana del lenguaje, “los versos garapiñados y garañones, /anuncian la lluvia, el tocoloro, el abuso y compadre” (pág. 45), sin embargo, es un agua que puede tocar todo. A diferencia de la noche insular, la luz ya está en el mar, no tanto por la claridad del día como por la cualidad evaporativa del agua. Esta luz es como una condición inmanente ya establecida en la evaporación, en ese humo acuático que es la evaporación. La bahía es permeada por el mar, las olas llegan hasta sus acantilados, playas y costas, pero su alcance es mayor cuando se evapora, llega hasta la espesura de la selva a la que quería entrar San Juan de la Cruz, perderse en el misterio. El agua como vapor puede alcanzar todo, por eso, la palabra llega a tocar todo, la profundidad y la espesura. La destilación de la palabra que Lezama le otorgaba a Mallarmé por llevar su sentido hasta la vacuidad se transforma en vapor. La poesía, el verbo dado divino, llega a promulgar el misterio; luego, lo esconde en la reminiscencia y lo vuelve a buscar en el líquido: “la tierra, evaporada por la solitaria conjugación del verbo, /entre el círculo mayor y menor, enloquecida o titánica vuelve”. Lezama se hace agua, para descubrir el mundo, para llevarlo hasta el delirio de lo divino, para conocerlo, para encarnar en todos los estados posibles con su poesía. Terremoto marino revuelve la sensación y el pensamiento, tempestad verbal.

En una noche insular, habanera e invisible, Lezama nos invita al sumergimiento en las aguas divinas, la poesía:
Vivid y recordad como los viajantes pintados,
ciudades giratorias, líquidos jardines verdinegros,
mar envolvente, violeta, luz apresada,
delicadeza suma, aire gracioso, ligero
como los animales de sueño irremplazable
[PINTURA]

BIBLIOGRAFÍA
  • Lezama Lima, José. (1981) El reino de la imagen. Caracas: Ayacucho 
  • Arcos, J (2001). La poesía de Lezama Lima: para una lectura de su aventura poética. Revista Unión, La Habana, (44): 5-12 
Andrés Felipe Casallas Villate
casallas.andres@javeriana.edu.co
Pontificia Universidad Javeriana
Cátedra José Lezama Lima

Presentado a Mónica del Valle


         
   
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